Carlos Alcaraz
Su ausencia marcó todo desde el inicio. El líder del tenis nacional decidió no viajar, decisión tan comprensible como reveladora: sin él, el peso del tenis español en los grandes escenarios es casi simbólico. Dependemos de un jugador que ni siquiera ha cumplido los 23 años. Una realidad tan obvia como preocupante.
Jaume Munar
El único que de verdad estuvo a la altura del torneo. Ganó tres partidos de mérito —ante Fucsovics, Cobolli y Nishioka— y fue capaz de arañarle un set a Djokovic, que tuvo que apretar de verdad para eliminarlo. Munar compitió, propuso y demostró oficio. Pero también confirmó que sigue habiendo una enorme distancia entre hacerlo bien… y poder ganar algo grande.
Alejandro Davidovich Fokina
Lo de siempre: una victoria esperanzadora, un tropiezo inevitable. Superó a Arnaldi con buenas sensaciones, pero ante Medvedev volvió a naufragar en los mismos errores de siempre. Ni continuidad, ni claridad, ni evolución real. La sensación es que su tenis se ha estancado en un punto medio: demasiado bueno para perder con cualquiera, insuficiente para ganar a los mejores.
Pedro Martínez
Luchó, compitió, peleó… y perdió. Otra vez. Cayó ante Cazaux en tres sets ajustados, en un partido que ilustra bien su situación: esfuerzo incuestionable, pero sin armas para dar un salto de nivel.
El diagnóstico
España se marcha de Shanghái sin rastro en las rondas decisivas y con una certeza incómoda: el relevo existe, pero no despega. El país que hace apenas una década llenaba los cuadros de los Masters 1000 ahora apenas sobrevive en ellos.
No se trata de falta de talento, sino de jerarquía. De esa sensación de amenaza que antes generaban los nuestros y que ahora parece haberse diluido.
El tenis español vive un periodo de transición, sí, pero también de conformismo silencioso. Se celebra “competir bien” como si fuera suficiente, cuando lo que hizo grande a esta generación fue precisamente lo contrario: no conformarse nunca.
En Shanghái, el resultado ha sido claro. No faltó esfuerzo. Faltó impacto.